¿Incongruencia o mala baba?

Hay dos cosas que son infinitas, el universo y la estupidez humana, de la primera no estoy seguro.
Albert Einstein.


La incongruencia de nuestro sistema está llegando a limites insospechados, que no imprevisibles dada la poca costumbre de algunos a respetar los derechos de los demás.
Mientras hay madres que envenenan a sus hijos, un juez, uno que se sepa, se permite la desvergüenza de negarle la custodia de la hija de su pareja a una mujer porque ésta es lesbiana. El susodicho dice velar por la seguridad de los menores y alega que la niña se estaba convirtiendo en un ratón de laboratorio. No sé si reírme o echarme a llorar, aunque mejor sería desplazarme a los juzgados con una pancarta en la que se recogiesen los miles de casos habidos en nuestro país y fuera de nuestras fronteras, ésos en los que los niños son víctimas de malos tratos y abusos sexuales, casi todos, a manos de parejas o individuos heterosexuales . ¿Dónde estaba este señor juez tan justo, tan preocupado por la integridad física y moral de los menores?
Sin ir más lejos, y más apropiado para el día en el que estamos, dónde estaba en los miles de casos en los que miles de mujeres caen a manos de sus maltratadores. O cuando los violadores quedan impunes.
En todos estos sucesos, la causa predominante de los malos tratos, aparte de los problemas psicológicos( supuestos problemas en algunos casos, porque a todos, curiosamente, les da por lo mismo), como decía, la causa predominante para que se comentan, es el machismo, o lo que es lo mismo, la mentalidad neolítica de los maltratadores, rasgo éste también común de muchas sentencias impropias. ¡ Qué curioso! ¿ Verdad?
A éste señor juez le molesta la mirada de una de las letradas porque lo hace de frente, sin el más mínimo reparo, arañándole por dentro, si es que este señor tiene algo que arañar en su interior... tal vez sí.
Pero lo que debería molestarle es la indignación de las personas justas, que, como yo, estamos hartos de desmanes, de dictadores morales que camuflan sus fobias tras una toga. De todos aquellos que pretenden condicionarnos incluso nuestra vida sexual. Atrás quedó, o al menos eso refleja la legislación vigente, esa época en la que las mujeres que abortaban tenían que viajar al extranjero por imperativo legal, por lo que sólo se lo permitían las niñas de papá. En la que los homosexuales se veían obligados a casarse para poder trabajar por no citar muchas más repercusiones morales, sociales y un largo etcétera, a las que se veían sometidos.
Hartos, la mayoría estamos hartos de tanta mezquindad.
© Antonia J Corrales
* Del espacio radiofónico "Desde el pico del águila". Radio Villalba, magazine "Calle Real". Emisión 25 de noviembre 13:15
http://callerealfm.wordpress.com/

La línea seis

Entablaron conversación en la línea seis, tras un parón en la calle novena que tuvo el tráfico retenido más de media hora. Ella le contó que en aquellos momentos grababa datos para un banco, que sus jornadas eran largas y tediosas, que su horizonte se limitaba a un póster de las islas Bahamas rescatado de una revista especializada en agencias que ofrecían viajes baratos. Le dijo que echaba en falta poder abrir las ventanas y dejar que el aire le rozase la piel, pero aquello era un edificio inteligente. Incluso, tras un suspiro, tras una lágrima furtiva que escapó de sus ojos, se atrevió a decirle que desde hacía unos años sentía de cerca la soledad.
Él le habló de su mirada de menta, de sus labios rojo carmín, de lo joven que estaba a pesar de los años habidos, de los planes, de la música de Silvio y Milanés.
A partir de aquel día se fueron sucediendo otros más. Durante el recorrido hablaban de sus hijos, de los problemas profesionales, de la soledad, entrelazaban sus dedos, e incluso se besaron ante el estupor de algunos.
Lo hicieron hasta que ella fue trasladada a otra sucursal y tuvo que dejar la línea seis por la nueve, justo dos manzanas más alejada. Desde entonces sólo conversan unos minutos después de la cena, justo antes de acostar a los niños. Después, él dormita en el sofá del salón mientras ella da los últimos retoques de antiarrugas a su rostro.
No hay tiempo para más.
© Antonia J Corrales

De lo humano, lo material

Los tiempos en los que vivimos son difíciles, austeros de posibles, sobrios en las relaciones personales, rigurosos e incluso coercitivos en los sentimientos. La situación económica, la carencia de tiempo, los anhelos sin cumplir, nos hacen caminar como fantasmas sobre el tiempo y nos convertimos en escalofriantes sicofonías que nadie escucha. En estúpidos monigotes dejados a las manos de la negatividad.
Mientras otros caminan sobre sillas de ruedas y ganan maratones, cuyas metas nada tienen que ver con los kilómetros recorridos; dibujan con sus ganas de vivir estelas luminosas que les guían por las calles sin necesidad de un perro guía, con el único apoyo de un bastón, pelean con una enfermedad neurología como si ésta sólo fuese un constipado, desmitifican un cáncer y lo superan, otros pasan de un día a otro con el ceño fruncido, cabizbajos, melancólicos y tristes porque dicen estar hartos de luchar para salir adelante de unas penurias que no van más allá del diario existir.
Todo es tan relativo que a veces uno tiene la sensación de que nada es verdad.
Nos hemos convertido en productos de una sociedad de consumo, que nos marca pautas, pirámides a subir. Nos hemos dejado enterrar por lo políticamente correcto, por lo correcto en el vestir , en el vivir, en el comer, en el hablar, en el sentir, hasta en el soñar.

Hemos perdido la percepción del tiempo, el dominio de él.

A las esperanzas las llamamos poder adquisitivo.
Al agradecimiento, regalo.
A la felicidad, sueldo a percibir.
A la belleza, estilismo.
Al color de ojos, lentillas.
Al amor, status emocional...

Nos pasamos la vida luchando por lo que será, por lo que debería ser y en el intento, algunos, nos olvidamos de ser..., de vivir.
© Antonia J Corrales

NOTA ACLARATORIA

Los textos que componen este blog, son eminentemente literarios. A excepción de los artículos de opinión con los que me identifico plenamente, el resto sólo reflejan historias o sentimientos que no tienen porque ser parte de: mis vivencias personales, estados de ánimo, ni tener relación alguna conmigo.
Los escritores somos como los fotógrafos o los pintores. Recogemos las vidas ajenas, sus sentimientos, sus penurias, sus alegrías... la esencia del ser humano en todos sus planos, en todos sus paradigmas. Los fotógrafos y los pintores tienen el privilegio de que sus obras pueden identificarse con sus protagonistas de un sólo vistazo. Los escritores no ponemos rostro a los personajes, porque uno puede ser todos y todos los que describimos pueden ser uno.
Lo más hermoso de la literatura es la empatía que crean algunos textos, tanto al escribirlos como al leerlos.
Esta aclaración surge después de recibir varios correos electrónicos con una preocupación evidente por parte de algunos amigos que pensaron que mi último texto hasta la fecha "Cristales rotos" era una vivencia personal. Y algún comentario en el blog que no entendí, ni entiendo.
El texto, como la mayoría, es puramente literario, producto de la empatía que tenemos los escritores con la vida y las situaciones de los que nos rodean. ¿ Quién no ha sentido alguna vez cristales rotos bajo sus pies?
No olvidéis que esto es un blog de escritor.

La esencia de uno mismo

"vivir o existir, ése es el único dilema"
A mi marido porque me dijo: no dejes que te roben la voz, como le sucedió a la Sirenita.
Anastasia tenía una voz áspera, de country. Sus tonos se arrastraban por el local y recorrían las mesas dejando un poso agridulce en el alma de los que allí pernoctaban frente al alcohol y el humo de los cigarrillos. Poco a poco, se hizo un sitio entre los más escuchados de la zona y el local tuvo problemas de aforo. Fue entonces cuando llegaron ellos; le maquillaron las ojeras de mujer fatal, le endulzaron la sonrisa con un carmín rosa palo y le agrandaron los pechos en un quirófano al uso. Cambiaron sus botas por zapatos de tacón de aguja y el ruido inimitable de su Harley por el del coche de empresa, en donde un chofer anónimo, mudo y distante, la desplazaba hasta los estudios de grabación.
Le habían prometido lo imposible. Le dijeron que ella había nacido para ser estrella, pero..., debía cambiar su voz; el tono áspero que desgarraba el alma de los oyentes. Tenía que endulzar sus gestos hombrunos, su mirada violenta, ésa que le daba el toque anodino que sólo tienen los ojos de los desheredados.
Anastasia se dejó llevar y su voz se fue como se habían ido sus rasgos de cantante de carretera. Jamás llegó a alcanzar aquel número uno en ventas que le habían asegurado sería suyo. Fue entonces cuando ellos, los que la habían transformado, dijeron que había sido una apuesta demasiado arriesgada, que en realidad, Anastasia, no servía para aquellos menesteres porque el público pedía otra cosa. Quizás una cantante más ruda, con un tono de voz más profundo y desgarrado, con un cierto toque hombruno que diera consistencia a los tonos.
La corriente de moda demandaba una cantante de bar de carretera que poseyese una voz tan especial como el ruido del motor de una Harley.
© Antonia J Corrales

La inexactitud del alma

Al comienzo creímos que era una demencia senil. Edad para ello no le faltaba y, como usted sabe, hay antecedentes en la familia. El especialista nos indicó las pautas a seguir hasta que estuvieran todas las pruebas de diagnóstico concluidas. Y así lo hicimos, sin excepciones. Sin embargo, no mostró mejoría alguna, por el contrario, sus síntomas parecieron acentuarse.
Lo más sorprendente fue que su aspecto físico en vez de empeorar fue cambiando progresivamente hasta mostrar una mejoría ostensible. Incluso me atrevería a afirmar que rejuveneció. Su mirada dejó de ser vidriosa y de vez en cuando dejaba las lentes sobre la mesa y leía, con esfuerzo, pero, sorprendentemente, leía sin ellas. Se aseaba y daba largos paseos por los jardines de la finca. Incluso tomaba fotos de las nuevas aves que anidaban en los árboles y el tejadillo de la vieja cabaña.
Pero, como habrá imaginado, no es la enfermedad del abuelo lo que hoy me trae a su consulta. Vera, en junio, una vez que el periodo escolar concluyó, nuestro hijo, Javier, regresó a casa. Fue entonces cuando él también comenzó a hablar con esos seres diminutos que el abuelo afirmaba vivían en nuestro hogar. Hablaba con ellos. Afirmaba, muy enfadado con nosotros porque no le creíamos, que le relataban las historias que él transcribía en su libreta. Leímos algunas de ellas, y, créame, aquello nos hizo pensar que algún día sería escritor, un gran escritor.
Pensamos que era parte de su imaginación infantil, producto del cariño que sentía hacia el abuelo, con el que compartió, antes de que enfermara, muchas horas, tantas que se podría decir que fue él quien lo crió. El viejo se encargó de su cuidado durante años. Nosotros, ya sabe, andábamos siempre subidos a un avión, de reunión en reunión. Preparando ponencias, proyectos y estudios.
Llevamos al niño al especialista. Lo sometimos a cientos de pruebas y diferentes diagnósticos. Ninguno de los resultados dio nada revelador, Javier era un niño normal. El abuelo falleció un año después y aquellos seres diminutos que decía le acompañaban a todas partes parecieron irse con él. Javier no volvió a mencionarlos. La casa retomó su normalidad y fueron pasando los años sin más recuerdo de aquellos días que las historias que nuestro hijo escribió. Aún las conservamos y de vez en cuando mi mujer, Marta, y yo le damos una lectura, sobre todo en las frías y solitarias noches de invierno, cuando el insomnio toma sitio en nuestra cama.
Ahora, Javier, se ha marchado a América Latina, con una griega estupenda, ambos son unos arquitectos extraordinarios. Todo ha transcurrido como lo proyectamos, nada se ha salido del margen.
Nada, excepto los seres diminutos del abuelo, ahora, doctor, somos Marta y yo quien los vemos por todas partes.

© Antonia J Corrales

Cenutrios al volante

Servidora se sienta todos los días al volante desde hace ya muchos años,casi treinta y uno. En todos estos años de conducción diaria por vías nacionales, comarcales, cascos urbanos e incluso caminos pecuarios, o de cabras, como diría mi abuelo, he escuchado muchas sandeces. He visto caras de todos los tipos y desde todos los ángulos. He presenciado mil "pirulas" de las que he sido víctima muda, muda porque no le he dado al claxon o no he accionado las luces convulsivamente mientras soltaba un chorro de tacos e improperios. Sí, aún siendo justificado por la barbaridad de la que había sido objeto, no lo he hecho. Una no quiere padecer del estómago más de lo necesario, que para cabreos ya está la situación económica y los números rojos de nuestras cuentas corrientes.

Después de treinta y un años al volante de forma diaria y casi mecánica, aún sigo escuchando las misma estupideces de los mismos enanos mentales de siempre, sólo les cambia la cara. En estos 31 años aún no he recibido la medalla al mérito, pero deberían habérmela concedido, como a muchos otros. No tengo multas, respeto el código de la circulación y no he tenido accidentes, por lo que mi seguro tiene conmigo un baluarte a conservar. Pero, aquí, en este país nuestro, tan democrático, tan europeo, tan defensor de la igualdad, sigue habiendo cenutrios (muchos, demasiados) al volante que se dedican a mandar a las mujeres a fregar la loza, como si esto fuese incompatible con la conducción o con limpiarles a ellos las lágrimas que se les caen en casa todos los días, cuando, como todo hijo de vecino, llegan con la moral por los suelos. Cuando dejan de aparentar ser un mirua encajonado en un chiquero y pasan a ser... el hijo de Bambi.

Los pobres no saben que la mayoría ya tenemos lavaplatos y que a la mayoría el complejo de inferioridad que muestran al insultarnos, mejor dicho, al intentar insultarnos, nos importa un carajo.Lo más curioso es que lo hacen cuando te ven subida en un coche más grande que el que ellos conducen, cuando están seguros de que no te acompaña un hombre. No vaya a ser que tenga que pedir disculpas o se lleven puesto lo que pretendían darte a ti.

Sí, este país nuestro sigue siendo machista, racista... muchos istas. Pero ahora, para que te insulten no basta sólo con ser mujer, ahora también influye la banderita. No se puede llevar la bandera de España en el coche, porque no está bien visto, evidentemente me refiero a la constitucional.

Pues yo, señores, seguiré llevando mi bandera de España, porque soy española y me gusta serlo. Lo haré aunque se haya terminado el fútbol, que debe ser el problema de estos tontos a las tres y cuarto,que no distinguen el concepto de bandera: enseña o señal de una nación, una ciudad o una institución. Seguiré jactándome de ser mujer al volante, de fregar los platos a mano o a máquina. Seguiré siendo la mosca cojonera para todos aquellos enanos mentales, incoherentes con las doctrinas que defienden, porque todos , absolutamente todos, tienen doble moral. Y así nos va.


© Antonia J Corrales

CANTO A MI MISMO Walt Whitman Poeta estadounidense 1819- 1892

Carpe Diem! Aprovecha el día,no dejes que termine sin haber crecido un poco,sin haber sido un poco mas feliz,sin haber alimentado tus sueños.
No te dejes vencer por el desaliento.No permitas que nadie te quite el derecho de expresarte que es casi un deber.
No abandones tus ansias de hacer de tu vida algo extraordinario...
No dejes de creer que las palabras, la risa y la poesía sí pueden cambiar el mundo...
Somos seres, humanos, llenos de pasión.La vida es desierto y tambien es oasis.Nos derriba, nos lastima, nos convierte en protagonistas de nuestra propia historia...Pero no dejes nunca de soñar, porque sólo a través de sus sueños puede ser libre el hombre.
No caigas en el peor error, el silencio.La mayoría vive en un silencio espantoso.
No te resignes...No traiciones tus creencias. Todos necesitamos aceptación, pero no podemos remar en contra de nosotros mismos.Eso transforma la vida en un infierno.
Disfruta el pánico que provoca tenerla vida por delante...Vívela intensamente, sin mediocridades.Piensa que en tí está el futuro y en enfrentar tu tarea con orgullo, impulsoy sin miedo.
Aprende de quienes pueden enseñarte...
No permitas que la vida te pase por encima sin que la vivas...