PILAR URBANO Y LA SAL DEL GUISO

Creo que no había visto a Pilar Urbano tan contenta hace años. Aunque más exacto sería decir que la escritora periodista, o periodista escritora, se mostraba tímidamente satisfecha pero salpicada de un nerviosismo que parecía ir tiñendo su cara de máculas. Un nerviosismo que le hacía agachar la cabeza a trompicones. Creo que no miró a la cámara de frente ni media vez. Ése, Doña Pilar, es el riesgo que se corre cuando uno le añade una pizca más de sal al guiso: está salado, y el exceso de sal es dañino, aunque algunos lo profesen de manera voluntaria. El dilema para los comensales es saber si el cocinero lo añadió de forma consciente o lo hizo sin la más mínima sapiencia de las consecuencias que esto podría tener. Pero algunos lo intuimos. A servidora le cuesta creer que la Reina haya expresado esas opiniones personales sin el más mínimo reparo, sin una puntualización, que por supuesto no le habrían restado gravedad, pero sí podrían haberle dado otro cariz, si cabe, más respetuoso. Le cuesta porque aparte de creer firmemente que Doña Sofía de Grecia es una persona leída y vivida, tiene a su lado una corte ampliamente docta como para que semejante desmán llegue donde ha llegado. No se trata de matar al mensajero, como usted declara amparándose en los desmanes que se comenten con muchos periodistas, no señora Urbano, se trata de llamar a las cosas por su nombre. Piense usted en las miles de declaraciones "off the record" que no han visto la luz. Declaraciones en las que colegas suyos han tenido la decencia de sospesar las consecuencias, no personales sino públicas, que ciertas palabras podrían acarrear. Y no sólo hablamos de las "off the record", también de esas que se hacen de forma cercana y que muchos hemos tenido que dulcificar o simplemente omitir porque se entendía que el personaje en cuestión se había, digamos, dejado llevar. ¿Tremendo verdad?
No voy a entrar en polémicas sobre las creencias, más aún sabiendo a la perfección cuales son las de cada uno de los personajes públicos que nos atañen, esto es para todos una simple y sencilla deducción. A la mayoría de los españoles no les hace falta que se les diga, somos buenos observadores.
Vera usted, todos estamos de acuerdo, casi todos, en que algunas personalidades, no es que no puedan, sino que no deben manifestar posicionamiento alguno ante determinados asuntos. Pero también lo estamos en que el fin no justifica los medios. Sí señora Urbano,algunos no somos tontos de capirote, menos aún estandartes rotos a los que el viento del sensacionalismo vapulea de un lado a otro, algunos vamos más allá, "man que pese". Algunos de esos vimos los efectos que causó la compra del libro de ese niño permanentemente en pijama por la infanta en la reciente feria del libro de Madrid. Muchos escuchamos como se pedía: ¿ Tiene usted el libro de la infanta? Se omitía el título, ni tan siquiera se chapurreaba el nombre del autor, ya no era necesario hacerlo.
Ya le digo, irresponsabilidades hay muchas, por parte de todos, pero algunas, señora Urbano, son de muy mal gusto. Lo son por las consecuencias morales, personales y públicas que éstas pueden acarrear, aunque éstas sean el resultado de un súper ventas.

© Antonia J Corrales

Quizás

Quizás tienes razón. Olvidé decirte demasiadas cosas.
Compartir contigo mis silencios diurnos, mis sueños apagados, casi mudos. El caminar de los ajenos viandantes que tarde tras tarde pasaban frente al coche, sin detenerse, sin saber que yo permanecía agazapada en su interior, perdida en un mundo repleto de oquedades.
Sí, debí contarte que echaba en falta el viento de las noches de verano, la voz de Jesús Quintero por la radio. Perder el tiempo. Pisar las hojas secas de los árboles. Mirarte.
Quizás fueron las ventanas de madera vieja y carcomida de aquella casa, los remedios de la abuela que guardabas en los botes de cristal, el olor del betún de tus zapatos, no sé. Algo se mecía en el aire cuando no estabas, algo que ensambló mis soledades.
Podría haber reclamado tus caricias, las de antes, cuando sonreías al buscarme. Cuando corríamos encelados las calles de Madrid camino del "Rincón del arte nuevo". Cuando los otros sólo eran otros a nuestro lado.
Quizás.

© Antonia J. Corrales

"La campa"

Dice la Campanario que cualquiera hubiese hecho lo mismo por su madre en su situación. No sé si reírme ante tal perogrullada o denunciar una apología directa al fraude fiscal que presuntamente esta señora ha cometido. Sí, presuntamente porque hoy en día todo es presunto. Lo es aún cuando el delito está grabado y más que grabado; a los hechos me remito.
Habría que recordarle a esta señora uno de los principios del derecho: El desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento. Lo digo por si piensa alegar ante la opinión pública, que no ante un juez, que no tenía ni idea de que el delito del que se le acusa fuese tal.
Pero, ¡¡en qué cabeza cabe que nos vamos a creer que pagó no sé cuantos mil euros para que le tramitaran los "papelitos" de una manera legal!!.
Si todos los pobres pensionistas de este país tuvieran que desembolsar semejante cantidad para cobrar la mísera pensión que cobran, qué sería de ellos. Ni tan siquiera tendrían bolsas de basura en las que recoger de los contenedores los alimentos que tiran los grandes almacenes todos los días. Porque las pensiones en este país, la mayoría de las pensiones, dan para poco más que un puñado de bolsas de basura y pagar la renta antigua de las casas en las que malviven aquellos que levantaron lo que ahora estamos disfrutando nosotros. Es de chirigota, de chirigota y de llanto vergonzante, pero, desgraciadamente, así es.
Pues sí, señora Campanario, pregúntese, siga pregutándose frente a los micros y las cámaras, qué habría sido de esta acusación si usted no fuese la mujer de Jesulín de Ubrique, pregúnteselo. Ah!, dice usted que no habría sido tratada de la misma forma. Por supuesto que no, no lo habría sido porque no habría dispuesto de ese chorro de euros para la tramitación, supuesta tramitación de sus papelitos. Qué ingrata es la vida, verdad Campa? Esperemos que al menos sea justa, con usted y el resto de imputados. Su apellido de casada, pues mire usted, nos da lo mismo.

© Antonia J Corrales

El estigma de la guerra civil

Dice Álvaro Colomer en su fabuloso libro "Los Guardianes de la memoria" MR.: "..nacer en una ciudad estigmatizada implica mantener un pie permanentemente clavado en el pasado, resultando del todo inútil pretender que la otra pierna avance más allá de lo permitido por la flexibilidad del cuerpo"
Dados los hechos que últimamente asaltan nuestros oídos sobre la "memoria histórica", no me queda más que darle la razón, quitarme el sombrero, levantar mi copa de cava y decirle: ¡va por usted maestro!! Y es que parece que en este país nuestro, nunca vamos a dejar quietos algunos acontecimientos del pasado que, como marcas de una vacuna de viruela, unos pocos ( vaya usted a saber por qué motivos) se empeñan en insertar en nuestro diario de manera insana, dolorosa y con unos efectos secundarios que no deberían existir, pero que se manifiestan en cada noticiario, convirtiéndonos en estigmatizados de las consecuencias de una guerra civil eterna y permanente.
Servidora es fiel defensora de la memoria histórica, del resarcimiento del dolor causado por unos hechos que nunca debieron darse, pero que, desgraciadamente, se dieron. Defensora a ultranza de aquellos que buscan sus muertos y claman el derecho a una identificación y aclaración justa sobre sus asesinatos. Del reconocimiento público de su lealtad a la República. De ello, incluso, doy fe en mi última novela, poniendo en boca de uno de los personajes las barbaries cometidas y la negativa de ciertas autoridades a buscar fosas comunes, a identificar y resarcir el dolor de los fusilados y torturados, de nuestros presos políticos cuyo único pecado fue defender el gobierno legítimo de esta nación.
Servidora nacida en una familia víctima del régimen franquista, en todos y cada uno de sus planos, es defensora de la memoria histórica, pero jamás se decantará por el rencor histórico. Sea cual sea su procedencia. Me niego a pertenecer a un país ,casi federal en la actualidad, en el que mis hijos y nietos crezcan con el estigma de una guerra civil en su piel. Es del todo incoherente, incoherente en los tiempos que corren y malsano.
Una cosa es la memoria histórica y otra el rencor histórico. Lo terrible es que algunos no lo diferencian y otros se valen de esa falta de discernimiento para hincar el diente en diferentes tajadas. Mientras tanto, España sigue con su estigma, como dice Álvaro Colomer: permanentemente clavada en el pasado.
© Antonia J Corrales
*Artículo emitido en el espacio radiofónico: "Desde el pico del Águila" Radio Villalba, Magazine matinal de CALLE REAL http://callerealfm.wordpress.com/

CITA DIARIA CON LA MUERTE


Llovía con fuerza, pero, a pesar de ello, emprendió el camino con el ramo de rosas entre sus brazos. Cada tres pasos se detenía para sacudir el agua que caía sin piedad sobre las flores, que amenazaba con empapar la cinta malva. La lluvia resbalaba por la superficie del impermeable verde que le cubría el cuerpo hasta las corvas. La capucha, demasiado sucinta, dejaba al descubierto su incipiente alopecia. Sintió no haber cogido el paraguas, no por él, sino porque no quería entregar las flores tan mojadas, tan mustias, que parecía que su belleza se hubiese licuado con cada una de las gotas que golpeaban los pétalos rojizos, casi encarnados.
«Aún es pronto», se dijo mirando el reloj de bolsillo, y sonrió al recordar que no funcionaba, que sus manillas llevaban quietas desde que lo heredó. Hasta aquel día no lo había necesitado porque estaba habituado a guiarse por la sombra de los árboles, por la espantada que los coches al entrar en el recinto provocaban en las palomas, pero esa tarde las pichonas se habían resguardado y las nubes cubrían el cielo. Desde que comenzó a trabajar allí, había pasado un año, un largo año en el que se acostumbró a la soledad, a no reconocer su voz, a dejar que fuesen los demás los que hablasen, por ello su queja fue muda, reduciéndose a un pensamiento que le hizo mover de izquierda a derecha la cabeza y plantearse la compra de otro reloj.
Cuando llegó a la puerta, permaneció unos minutos quieto, mirando hacia el interior, contemplando cómo la oscuridad embargaba el recinto. Con los pies dentro del aguazal que invadía la entrada, imaginó la flaccidez de sus músculos; los párpados laxos, la mirada vacía, los pómulos afilados, su última mueca de dolor y, como siempre, el plañir insoportable de los suyos. Como en los casos anteriores, se tomó su tiempo. Intentó no hacer suyo aquel dolor, pero todo fue en vano. Se acongojó y volvió a plantearse abandonar. Se dijo a sí mismo que aquella era la última vez, que tenía que dejarlo, que no podía soportarlo más. Permaneció frente a la entrada con la mirada vidriosa y perdida, hasta que el murmullo del cortejo fúnebre lo sacó de su ensimismamiento.
Cuando todos llegaron, colocó el ramo de rosas sobre el féretro, abrió la cancela del panteón y ejerció, una vez más, de enterrador.


© Antonia J Corrales

Texto finalista en el certamen internacional “Las Quinientas” de 2004
Publicado en la revista literaria “El Malpensante”, de Colombia.
Publicado en el número 47- 2006 de la revista de la Facultad de Málaga Gibralfaro.

Albert Einstein

Todos somos muy ignorantes. Lo que ocurre es que no todos ignoramos las mismas cosas.

Puntadas sin hilo

Nos hemos vuelto sensacionalistas, estúpidos, tontos de capirote. Nos dejamos llevar por la ola de la excesiva información, pero no de la información objetiva, como debería ser ésta, sino de ésa que sustantiva demasiado, que engrandece las miserias en vez de denunciarlas. Somos asiduos a los desastres, a la negatividad y al consuelo del típico refrán: otros están peor.
Gritamos ante un cartel sensual como el de " Diario de una ninfómana",un cartel que de seguro a todos gusta, a mí, como poco, me parece "estupendamente" sensual y la sensualidad es... estupenda., pero..., con la que está cayendo, pocos se atreven a decirlo. Ahora se lleva el escándalo público, el poner las manos sobre la frente y exclamar en contra de algo o de alguien, condenarlo a la perpetua censura de eso que algunos llaman respeto, o falta de respeto, no sé , porque ya tengo un lío de conceptos lingüísticos importante con los temas de la ofensa personal que no me deja racionalizar con normalidad.
Es todo tan rápido, tan censurable, tan extrapolado que sólo ha lugar citar a Groucho Marx:

"Durante mis años formativos en el colchón, me entregué a profundas cavilaciones sobre el problema del insomnio. Al comprender que pronto no quedarían ovejas que contar para todos, intento el experimento de contar porciones de oveja en lugar del animal entero"
¡Qué acertado estaba el maestro! Quizás esto tendrían que hacerlo en el Mercado Monetario Internacional, dejar de contar ovejitas y empezar a contar porciones, sobre todo algunos. Me refiero a los dueños de las ganaderías.

© Antonia J Corrales

Quijotes

Le acercaron un periódico.
Leyó la primera plana.
Los ojos se le hundieron en las cuencas, los pómulos se le afilaron y extravió la mirada.
De inmediato adelgazó bajo la vestimenta blanca.
Se adivinaba famélico, aunque de gallarda talla.
Echó su mano hacia un lado, pero no halló su lanza.
Llamó gritando a Sancho, el eco le devolvió la llamada.

Se levantó taciturno.
Desencajado, recordaba sus andanzas, mientras todos los enfermos corrían en desbandada.
« Rocinante, ¿dónde andas? Amigo Sancho, dime el porqué de estas guerras, explícame qué es lo que pasa »

Desde aquel día el psiquiatra le censuró los periódicos.
El hidalgo caballero no puede tener noticias que convulsionen su alma.


© Antonia J Corrales

Desventuras

Pidió un ejemplar del Quijote y un lápiz de carpintero. No le dieron navaja para afilarlo y tuvo que usar sus dientes, que, tras los continuos envites, se rebajaron. Los dibujos de la faz quijotesca colonizaron las paredes de la celda y las cuartillas exhibían el mismo rostro famélico de expresión enloquecida.
Años después de su ejecución, se supo que sus rasgos estereotipados hicieron que los testigos lo confundiesen con el asesino. Pero ya era tarde. Entonces, él, viajaba a lomos de Rocinante por los campos de Castilla, con un rostro imposible de confundir: el de Alonso Quijano.


© Antonia J Corrales

*Texto finalista en el II Certamen de relatos hiperbreves " El Tren y el viaje" Renfe.

El Certamen

El dictamen fue laborioso, había mil obras a concurso. Cinco meses después de haber finalizado el plazo de presentación, el tribunal seguía sin ponerse de acuerdo. Acosados por los patrocinadores, los autores participantes y los medios de comunicación, que ávidos de información se amontonaban junto a la sede de la organización esperando una respuesta, se vieron obligados a tomar una decisión drástica que pusiese fin a aquel calvario de deliberaciones. Eliminaron todas las obras que no tenían marco. Del millar de obras pictóricas, 999 se habían presentado sólo con bastidor. El único óleo enmarcado fue declarado, sin más dilación, ganador del Certamen.
En el lienzo estaban rotuladas todas y cada una de las letras del abecedario. La explicación del Jurado al fallo fue contundente: «Nunca habíamos visto una obra pictórica que expresara con tanto realismo la creación literaria de los últimos años. Decididamente la pintura ha evolucionando, está cambiando» La disquisición fue acogida con agrado en el mundo de las letras:
«Al fin, alguien se ha percatado de la importancia que tiene el abecedario en la creación literaria».

© Antonia J Corrales

*Texto finalista en el IV Certamen Internacional de narrativa hiperbreve Acumán
Publicado en la revista Portorriqueña "The Big Times"
Cada día que pasa es un milagro.
Nunca es tarde para darse cuenta de lo importante en tu vida y luchar por ello.
No esperes a echar en falta lo que ahora tienes.
Habita cada instante, cada suspiro, cada sonrisa, cada gesto.
Bébete la vida como si en ello te fuera la vida misma.
De lo único que eres dueño es de tu presente; ¡habítalo!

© Antonia J Corrales

Un texto escrito en 1998

Llevaba más de un mes con esa tos estúpida y repetitiva. Los “bronco dilatadores” eran más que eso,ejercían sobre mi psiquis una extraña sensación, que me producía un bienestar cercano al efecto del anestésico, pero necesario. Las cajetillas de tabaco seguían amontonándose sobre la mesa de trabajo. Cuando el ataque de tos sobrevenía me revolvía por dentro pensando en lo estúpida que era, en lo mal que me encontraba. Acto seguido me imaginaba a mi misma dejando de fumar, haciendo deporte de manera asidua. Entonces, me veía atlética, joven, con una ausencia total de espasmos bronquiales. Mi piel rejuvenecía impregnada toda ella de oxigeno puro. ¡Qué soberana estupidez!, pensaba al tiempo, mientras la imagen de algún coche de gasóleo activaba mis defensas de fumadora convencida y desprendía su asqueroso humo sobre el catalizador del mío llenando el habitáculo de mi vehículo de un humo negro y mal oliente!
La imagen de esos cuerpos de yogur, tomando el sol, un sol "halógeno", me producía un deseo sobrehumano por conseguir que mis rasgos genéticos, esos que le habían dado a mi constitución unas caderas excesivamente prominentes, variaran dándoles una forma que nunca podrían tener a no ser por medio del milagro de la cirugía estética. A veces, llevada por la buena voluntad, compraba multitud de yogures desnatados, enriquecidos y cargados de bacterias beneficiosas que harían que mis pechos creciesen y mi culo se redujera, al tiempo que me inmunizarían. Pero, a pesar de ello, seguía cogiendo mi gripe anual y los virus colonizaban mis intestinos cada verano con una gastroenteritis que me hacia perder más peso que ninguna dieta. Siempre me gustaron los derivados de la leche, de todo tipo de leche; de vaca, de oveja o de cabra. Y, a pesar de tomarlos en exceso, de una manera visceral, mis depósitos de calcio siempre andaban por los suelos. Mi organismo no asimilaba bien el calcio, la vitamina C y el hierro. De ello tenía la culpa el maldito tabaco. ¡Eso decía la OMS!... O la estúpida herencia genética.
Una vez imaginé una novela en la que el avance médico había alcanzado unas cotas insospechadas. Los especialistas en genética tenían la capacidad de cambiar los cromosomas y darte así la oportunidad de la elección de tus rasgos físicos. Acabé rompiendo el borrador. Los personajes eran tan parecidos que no tenían ningún tipo de interés. Simplemente no tenían futuro ni presente, se quedaban paralizados ante la nada de sus vidas. Las mujeres tenían los mismos pechos, el mismo trasero perfecto. Los hombres poseían un hermoso aparato genital y sus brazos eran todos exactos a los de Arnold Schwarzenegger. Ante tal perfección, ante tal carencia de enfermedades, la muerte había dejado también de existir. La parte del ADN que da origen a la personalidad diferente de cada individuo, estaba vacía. Todo era igual, nada había diferente. El tedio era tan insoportable que produjo en mí, un amor desmesurado por la imperfección humana, por la gran variedad de culos, de tetas, y de penes. Por la gran diversidad de caracteres que posee la especie humana, con la cual me siento plenamente identificada como ser imperfecto que soy. Y así, de la misma manera que empecé la historia la acabé.
A pesar de la tos, y de las taquicardias alternas que en los días de trabajo extremo me produce el consumo compulsivo del tabaco, ¡sigo fumando!. Sería vulgar morir de cáncer de pulmón…¡ya lo hace demasiada gente! Quizás ése sea mi destino, o tal vez si no fumase no moriría nunca. Eso me horroriza aún más que la misma muerte. Siempre me ha horrorizado el tedio, el tedio y el dolor. ¡Una vez más intento convencerme de algo de lo que no estoy convencida!. Siempre ha sido así. Mi vida es una contradicción. Es una historia donde el aburrimiento lucha por subsistir sin conseguirlo.
Me ha costado casi un riñón, … ¡Qué digo un riñón!. Me ha costado casi una intoxicación de nicotina acabar esta novela. Tal vez con ella consiga mi propósito. Quizás la gente que la lea sienta las vidas y las experiencias que hay en ella tan cerca de las suyas, tan impregnadas de su pasado, presente y futuro, que confundan su lectura con el recuerdo de una historia real de gente de aquí, que alguien que vivió allí, les contó alguna vez y que pasó, vivió y murió como lo hacemos todos, sin dejarse sentir. Tal vez consiga ser parte de las cifras que han reflejado éste año los sondeos que miden la renta per cápita de éste país, y que dicen que los españoles, en este año 1998, viajaremos más en los meses de verano, que nuestros ingresos nos han permitido invertir en bienes más duraderos, “¡Los muy idiotas citaban entre ellos el coche! Como si un coche fuese un bien duradero. A mí no me dura en condiciones normales más de una temporada. ¡Tal vez sea porque yo no he tenido la oportunidad de tener un buen coche nunca!” De todas formas yo debo de estar fuera del grupo de ese 75%, que debe de ser el 75% de doscientas personas que las estadísticas dicen se comprará un adosado éste año, saldrá de vacaciones con “Curro”, y estrenará una cuenta de ahorro. Y para más cachondeo, son a los que la declaración siempre les sale a devolver.
Tal vez consiga ser simplemente leída. En realidad deseo ser todas esas cosas, sobre todo pudiente. Si de algo siempre he pecado ha sido de clara. Aunque no consiga nada, al menos lo he intentado. He intentado seguir teniendo ganas de intentar algo nuevo cada día.

© Antonia J Corrales

Al vuelo

A mi amigo Javier Picos
Hay días, momentos, en los que uno daría cualquier cosa por perderse en un abrazo profundo, en un abrazo de esos en los que los ojos se cierran involuntariamente, en los que el corazón parece dejar de latir por unos segundos. En los que el tiempo pierde su valor y se detiene sin que nada ni nadie sea importante. Apenas son fracciones de segundo, un instante impreciso que vacía todo lo que nos rodea llenándolo del oscuro silencio que nos consuela. Realmente somos seres solitarios, todos los somos. Lo somos porque guardamos demasiadas cosas dentro que, por unos motivos u otros, no podemos compartir con nadie, demasiadas. A veces, la mayoría de las veces, uno no necesita explicar lo que le sucede, lo que siente, lo que le arrebata la conciencia y el estado de ánimo. Basta un abrazo,sólo un abrazo y todo parece volatilizarse, evaporarse en esa sensación de cobijo sin pautas, sin preguntas, sin respuestas, sin explicaciones. La gente auténtica sabe qué son, cómo y cuándo dar esos abrazos, la gente auténtica capta tus sentimientos al vuelo. Y, al vuelo, te hacen sentir bien; sin explicaciones, sin esperar nada a cambio, sin reproches, sólo con su abrazo y una sonrisa. Como si no hubiesen hecho nada, como si su consuelo, su "estar" no tuviera el más mínimo valor, abren sus alas y despegan a un nuevo destino, rápidos, al vuelo.

© Antonia J Corrales
*Del espacio radiofónico "Desde el pico del águila" Radio Villalba, magazine matinal: "Calle real"Emisión 20 de noviembre de 2008